El transporte es la conexión de la globalización, es el medio por el cual nos enlazamos materialmente. Es fácil perder el sentido de origen de las prendas cuando la mayoría están a nuestra directa disposición. La ironía de toda esta ilusión de posibilidades y opciones es, que terminamos con ropa parqueada.
¿Cuántas veces abrimos nuestro closet y vemos un rincón inexplorado? Toda esa ropa que ya no nos gusta, que su tendencia caducó, o simplemente que ya no nos sirve, termina parqueada en otro lado donde no nos estorbe o donde ya no sea nuestro problema.
Tanto esfuerzo y energía para que nuestras prendas lleguen a su destino final… ¿A qué costo?
La descentralización provoca la sobre utilización de transporte, moviendo componentes y suministros de un lugar a otro con el fin único de aprovechar espacios con mano de obra barata. No es una sorpresa, viniendo de una industria en donde la disminución de costos es lo que guía todas las decisiones, produciendo a los precios más bajos para venderlos con márgenes exuberantes de ganancias.
En las hojas de contabilidad los números pueden ser bajos, pero el costo de tener que mover todo esto se paga en diferentes formas que son invisibles para el consumidor:
→ Emisiones no reguladas
→ Desconexión a los productores y el orígen de las prendas.
→ Ecosistemas de comunicación que permiten la corrupción.
→ Dependencia: ¿Qué pasa cuando hay una crisis mundial que impide el movimiento de los componentes de la cadena de un lado al otro? El sistema se atrofia o colapsa por completo.
El costo escondido de todo este transporte es ambiental y humano. Cuando compremos algo nuevo preguntémonos: ¿Realmente estoy pagando lo que vale?